En la puerta de casa

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La herradura de la pezuña derecha delantera, tamborilea con cada acelerón que doy con el “arre, arre” gutural de mi patrón, se ha debido desgastar. ¡Menos mal que ya llegamos a casa!
¡Mira, allí esta José Mariano!, junto a la puerta del zaguán con su nueva bicicleta BH verde. Desde que ha vuelto de vacaciones del colegio, cada vez que me atan a la argolla y ya no tengo escapatoria posible, se empeña en leerme algún fragmento de Platero y yo, de un tal Juan Ramón Jiménez, apostilla. Mientras se concentra en la lectura engola su voz y me mira fijamente a las pupilas de azabache como si fuese su discípulo. Yo muevo mis orejas de burro y mi cola de burro, rítmicamente, como si asintiese, simulando que muestro interés, pero en realidad lo único que hago es espantar a las abejas golosas, que entran y salen de las portaderas amarradas en la cima de mi lomo, dándose un dulce festín entre los racimos de uvas recién vendimiados.
Ya se escucha el clic clac acerado de la prensa en el interior del patio, ¡y por fin me alivian de la gravosa carga! Se respira la dulzona fragancia a mosto, por las escleras baja apresurado de los pucheros sobre el trébede en la lumbre, el embriagador almizcle a mostillo.
josé mariano seral