El fruto de la tierra

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Sentir añoranza al caminar sobre el rastrojo que crepita garboso, al mirar atrás, veo las huellas del pasado. En el ribazo cascabelean salerosas unas espigas orilladas que la voracidad del corte de la cosechadora dejó. Recuerdo que mi padre se bajaba del tractor Ebro, bordeaba la finca bajo su sombrero de paja y las recogía en manojos con una sonrisa en sus labios para las dejaba sobre la garba, mientras la cosechadora Iasa, con un corte que no era preciso desmontar porque pasaba por los camios, proseguía con la faena dando vueltas y vueltas, levantando una estela de polvo y paja, como una locomotora que partía del andén, todo era más pausado. Mi padre las recogía porque era fruto que daba la tierra y no se debía dejar en el campo. Apreciaba más su valor, porque vivió la mecanización del campo, vivió el esfuerzo de sembrar a mano y de segar con la dalla bajo el sol de julio. Todo tenía su valor, nada se desperdiciaba, cuando ahora se habla del reciclado, antes ya lo usaban sin tanto bombo ni platillo como se le da ahora, no es un invento nuestro.
José mariano seral