Vi a Manuel en lontananza que hacía visera con su mano derecha sobre los surcos que la edad
araban en su frente, para protegerse de los centelleantes destellos solares del amanecer, mientras me arengaba con su voz recia y elástica envolvente como un edredón:
– ¿Qué haces?
– Aquí sustituyendo el verbo enviar por el verbo echar.
– ¡Pues no te entiendo muy bien!, ¡tú siempre con tus circunloquios! – Manuel con una sonrisa de curiosidad en sus labios, enmudeció en espera de que continuase.
– Me gusta permanecer en silencio mientras echo la carta y escuchar como desciende por el tobogán de su garganta y cae con un eco sordo en la panza del buzón, en lugar de escuchar el clic del ratón al darle enviar al email y oír el “beep”.
j. mariano seral