Imagen: Luis Philippe
Vi a Elena en lontananza, la reconocí por sus ligeros andares de Penélope Cruz, a pesar de que caminaba con dos maletas de cartón piedra. Aceleré el paso, pero al doblar la esquina en la Calle Alcoraz, se había esfumado como el arco iris bajo el cielo azul en una mañana de primavera.
Dos semanas después, tomé asiento en la butaca cuarenta y siete de la cuarta fila del Teatro Olimpia. Se levantó el telón y bajo la luz almibarada del solitario foco, allí estaba Elena con sus dos maletas de cartón piedra. Se escuchaba de fondo el susurro quedo de la mar y la bocina de un buque, que raspaba como el canto de los grillos sobre un océano de espigas doradas de trigo, invitándote a zarpar en un viaje sin más billete que el de la entrada al teatro, como si remases entre las hojas de una novela, como si respirases la mar salada y sintieses bajo tus pies la seda de la arena de la playa, tras la pantalla del cine…
¡Buen viaje cultural!
j. mariano seral