Dame una barquita chiquita de quilla dorada, para surcar las esferas de los relojes, mientras el membrillero deja su palabra de honor en la guardarropía de la última luna de estío, mientras la paciente mano del labrador, siembra la semilla dorada de trigo en el surco de tierra sazonada.
Dame una barquita chiquita, que me lleve a la mar de los campos blancos de Cracovia, donde me entrego en manos del invierno, como las cristalinas aguas de los ríos en la mar.
j. mariano seral
Imagen: Carl Warner