Llegó el hombre con su lengua de trapo que masticaba adjetivos más rápido que su cerebro conjugaba verbos, se echó al bolsillo el pronombre “mío”, se lo llevó a casa y lo encumbró sobre un pedestal e incluso lo acuñó en monedas. Se arrellanó en el sofá mientras la especie humana ponía el pie en la Luna blanca. Quiso cambiar monedas por tiempo, pero ya había desperdiciado el verdadero oro.
j. mariano seral