La Catedral, varada en el lomo empedrado del cerro, vigilante desde la cofa del palo mayor, echa a la mar calmosa de la verde campiña, su red de hebras de pescador y paciente atrae retazos de campo amable, que terminan diseminados como dientes de león, entre los jardincillos enrejados tras el forjado de bloques de hormigón armado.
Hoy domingo, sin salir de la ciudad, paseo entre pétalos de almendro, leños de olivos, aliagas amarillas que bordan el ribazo del simulado camino de herradura, sin más dedal que la cancela del parterre y con la aguja e hilo de oro que le anticipa en prestado la poética primavera.
j mariano seral
Un pedacito de campo
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