A las once de la mañana de un miércoles anodino de octubre, sonó el timbre de salida como el graznido de una grulla, la clase de filosofía había finalizado, quince minutos de descanso para tomar un crujiente bocadillo de calamares en el bar del instituto.
No daba crédito a lo que estaba oyendo, Ignacio, El Culebra, Susi, que era su chica, y su panda, los guais de clase, estaban quedando a las 20:00 h en la biblioteca.
Yo que iba todos los días, esa tarde permanecí atento a su anacrónica llegada mientras leía “El banquete” de Platón. Para mi sorpresa entre sus hojas me topé una carta manuscrita, era una carta de amor de una señora mayor que se despedía de su esposo, que había emprendido el último viaje, el de equipaje ligero. Firmaba con un te querré siempre y un dibujo a carboncillo de unos pétalos de rosa sobre una lápida de mármol.
Miré mi smartpohe, ya eran las 20:30, ni rastro de “El Culebra” y su panda.
Al día siguiente me enteré de que La Biblioteca era un nuevo disco bar tras el trampantojos de dos libros.
j. mariano seral
Imagen de: Golsa Golchini
Un hasta siembre
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