Ludovico siempre fue un romántico, en su juventud vivía en un pueblecito al este de Cracovia, cuando llegaba la primavera se acercaba al pozo de aguas cristalinas que había tras el viejo caserón de sus padres, y con sus manos de alquimista cogía con delicadeza la Luna de candil y se la regalaba a Alina, su prometida. Unos años después cuando contrajeron matrimonio se trasladaron a la gran ciudad y Ludovico colocaba un espejo sobre el césped recién segado del jardín de su casa simulando un brocal y en las noches claras de primavera volvía a coger la Luna para ofrecérsela a Alina.
j. mariano seral
Imagen: Gabriel Guerrero Caroca
Solo quiero la Luna
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