Soledad

      Comentarios desactivados en Soledad

Podo los almendros de desmayo y marcona, que plantó mi padre hace ya más de cuatro décadas, cuando yo tan solo era un niño, algunos, los más longevos que se orillan en el ribazo y cuyas copas nudosas acarician la luna blanca por la noche, pertenecen a una generación anterior, a la de mi abuelo. Los más jóvenes, de ferrañes, todavía recuerdo haberlos plantado con mi padre a golpe de azada, equidistantes unos a otros, como una retícula trazada con escuadra y cartabón, como versos con la misma métrica, es cierto, cuando florecen, el almendreral parece un poemario.
Es un lugar solitario, con la única interrupción de algún vecino que pasa con sus ovejas cuyas hebras de lana están impregnadas con aroma a romero, tomillo… o con su tractor a faenar a algún campo colindante, o irrupciones menos bucólica dadas por el avance de las tecnologías, que te amarran al teléfono móvil, tal como me ha ocurrido hoy, la intempestiva llamada de una comercial de Yoigo, y le contesto con cortesía que prefiero que me dé de baja en su base de datos, pero lejos de ello, insiste en explicarme sus magníficas tarifas, y sonrío no porque lo sean, sino por su obstinación en quebrar mi soledad, como el zumbido de la abeja al traspasar el alfeizar de cada flor del almendro.
Continuo con la labor, al cortar una rama se arquea como el arco de una ballesta, al soltarla una lluvia de néctar cae sobre mi tez, como una muestra de perfume que pulveriza el perfumista al aire.
Es hora del refrigerio, improviso una mesa y un asiento con dos tocones de almendro, que terminan convirtiéndose en un improvisado escritorio, que mejor sitio para escribir del campo que en el propio campo.
j. mariano seral