Mi padre colocó losa a losa de piedra arenisca con minuciosidad, encajándolas una a otra como si fuesen un mosaico de fina porcelana, sobre la irregular superficie del viejo corral. Junto a un pilar de sillarejo, como si se tratase de un vástago al que aferrarse, plantó una parra, que fue colonizando el recinto, año a año desembarcaba con su flota de verdes pámpanos, teniendo incluso que domesticarla y decirle que en el tejado no debía echar el ancla de sus sarmientos.
En el centro del aprisco como muestra de su relevante amor por ver despertar a las plantas en primavera, por verlas crecer, florecer…, utilizó como jardinera una antigua pileta de piedra de agua para las gallinas para plantar una rosera. Él, emprendió el último viaje ya hace años, el de equipaje ligero como declamaba Machado en sus versos, su recuerdo sigue vivo en los pétalos carmesí, que vuelven a la mano que les concedió la vida sobre el mármol azabache.
José mariano seral
Rosas escarchadas
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