Como maná de desierto, llega la lluvia fina de abril, que reaviva el colorido del campo, realza su almizcle.
Desde niño, siempre me complació escuchar el tenue tintineo de las canaleras de hojalata, del tejado de la vieja casa del pueblo, contemplar tras el vidrio de la ventana esa lluvia fina, mientras la leña de roble crepitaba en el hogar, lluvia fina que saciaba a los sedientos trigales, olivares, almendrerales… Al día siguiente, los sembrados agradecidos reverdecían.
Esa lluvia viajera que recorre los ríos como versos de Machado, hasta llegar a la mar, para emprender de nuevo, tras hacer la ola a la Luna blanca, un viaje de equipaje ligero en las embarcaciones de las nubes blancas, sin más remos que los vientos, que las llevan al andén del pie de Sierra, donde se halla el primer verso o tal vez sea el último…
j. mariano seral
Renacer
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