Platero: Viaje a ninguna parte

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Hoy Mariano, el abuelo, me ha atado corto a dos metros del olivo más longevo. He pasado una mañana entretenida viéndolo ir y venir con José. Cuando hemos llegado la tierra estaba escarchada. Su primer cometido ha sido encender una buena fogata con los restos de la poda del año anterior, crepitaba y petardeaba por la humedad, para poder calentarse de vez en cuando. Después, antes de enmantar la olivera, han recogido las aceitunas que se habían caído bajo su copa para no pisarlas. Cuando han finalizado de varearla, han vuelto a recolectar las que habían caído fuera de los mandiles. A pesar de que hay millares y millares de olivas, no dejan ni una sola en el monte, ¡bueno!, luego llega el petirrojo y alguna que otra picotea, a cambio nos regala alguna de sus melodías. A medía mañana un topillo me ha procurado unos minutos de distracción extra, ha proseguido con su labor tuneladora en el ribazo y ha comenzado a echar tierra al exterior, de vez en cuando reculaba y asomaba su cabecita con una mirada picarona, ha tardado unos segundos en percatarse de que yo no era una marquesina en una estación de tren, en el momento que he dado un par de rebuznos, tiempo le ha faltado para ocultarse en el túnel, en el primer intento tal era su enervación, como si le persiguiese un gato maullando, que no ha atinado con la entrada y se ha dado con el talud. Cuando ha comenzado a anochecer, se me ha terminado el tiempo de asueto y me han cargado un par de sacos de esparto a rebosar de olivas a cada costado de las albardas y las he tenido que llevar hasta el algorín en el patio, me he quejado un par de veces por el camino, he hecho amago de dar un par de coces, pero la treta no me ha servido de nada.
El sábado tenemos turno para molerlas en el molino. Ya me veo todo el día dando vueltas y vueltas moviendo la muela. Me tapan los ojos. Dicen que para no me emborrache de tanto girar y girar en un viaje a ninguna parte.
José mariano seral