-¡Arre platero! Espetó Mariano en tono conciliador.
Yo, Platero, puse la musculatura en pose de máxima tensión, como si fuese el Discóbolo de Mirón, estiré la maroma que me amarraba al estirazo, sobre el cual habían cargado con palancas de roble una pila de aceite, tallada en un bloque de arenisca a golpe del repique de martillo y cincel.
– ¡Arre platero! Volvió a arengar Mariano, en esta ocasión ya con tono autoritario, como si esperase que su voz fuese la manivela que ponía en funcionamiento la aventadora Ajuria.
Para darle más realismo a mi representación hercúlea, hice titilar los belfos emitiendo un rebuzno ahogado, puse mirada afligida de sufrimiento y rechiné las herraduras sobre el suelo de roca. ¡Pero como iba a arrastrar yo solo semejante lastre!
Ante mis vanos intentos, trajeron a mi compañera de pesebre para transportar la pila de aceite al zaguán.
José mariano seral
Pilas de aceite
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