Náufragos de hojalata

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–    ¡Hasta el año que viene! – Con una sonrisa en el semblante se despedía siempre mi padre del olivar, al finalizar la campaña de recogida de la oliva. Hasta que un año por los achaques de la vejez fue el último. Allí bajo  la visera de una roca arenisca, al abrigo del covacho, quedaron una escalera de roble de diez peldaños y dos pozales de hojalata para la siguiente temporada, como náufragos en una isla de la historia generacional.
Con ellos se recogía hasta la última oliva. Las “delanteras”, aquellas que por la ley gravitatoria caían al suelo bajo los olivos  que se iban a varear durante el día, antes de colocar bajo ellos las mallas y de este modo no pisarlas. Luego se repasaban las oliveras que ya se habían recolectado.
–    ¡Aunque des cien vueltas!, siempre cogerás alguna aceituna – decía mi madre portando en la mano derecha el pozal de hojalata.
Esas mujeres del campo que trabajaban tanto como los hombres, entre las labores de la casa y las faenas agrícolas, en las que colaboraban con gran devoción y entrega.
José mariano seral