Todas las mañanas, Clotilda, colocaba con sus manos octogenarias con movimientos tardos, una hojita de lechuga fresca entre los finos alambres de la jaula. Pinta, la perdiz, la picoteaba con gran alborozo, como si fuese un exquisito manjar.
Un buen día Pinta dejo de canturrear, Clotilda y la perdiz se miraron a las pupilas líquidas y al verla tristona le abrió la puertecita y Pinta tras unos instantes de titubeo, dando dos pasitos hacia delante y uno hacia atrás, emprendió el pesado vuelo. Pero al tercer amanecer regresó con sus animados cánticos, alegrando el alma ya cansada de Clotilda y comenzó a tejer con tallitos dorados de centeno un nido.
Clotilda se sintió más feliz que una perdiz, al ver que ya no tendría que volver a cerrar la aldaba de la jaula.
j. mariano seral
Imagen: Álex Monfort
Más feliz que una perdiz
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