Acolchar el manto de tierra, como la mamá que arropa al niño cuando le da las buenas noches.
El ajo con su cabeza bajo tierra, me mira a través del periscopio de clorofila, escucha a la azada que va y viene masticar con su lengua acerada y parlotear con su voz de hojalata, mientras zurea la paloma blanca y canturrea el gorrión, por unos instantes temeroso por su cuello me mira con aprensión. Me desvela que ve pasar su vida a cámara lenta, fotograma a fotograma tras el cristal de la ventanilla de las estaciones, de la luz de candil de la luna, del sol estático como él. Con las hojas en jarra, como si fuese un tenor de ópera, me narra su historia: – Todos los días tan iguales y tan diferentes, como el caballito de madera del tiovivo en un fenaquistoscopio, que cobra vida ante las sonrientes pupilas del niño.
j. mariano seral
Maigar
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