Tras un doble repique metálico del cazo de la pala cargadora, me deslicé por la fría chapa como si fuese un tobogán con la agilidad de un niño de seis años y fui la última pipa en entrar en la ciclópea tolva de la sembradora Solá. Cuando los desgastados neumáticos traseros del tractor Deutz ya salían del campo y comenzaban a elevarse las aceradas rejas, caí en el último instante en el surco de tierra fértil, como cuando el árbitro pita el final de partido tras la prórroga. Me sentía como el alumno cuyo apellido comienza por la letra Z al pasar lista el profesor. Fui creciendo y me sentía orgullosa al convertirme en una preciosa amapola de girasol.
Cuando llegó el otoño, entró la cosechadora rugiendo en el campo como cien leones en la sábana africana. Para mi sorpresa no solo me quedé una vez más la zaguera, sino que me permanecí olvidada en el ribazo.
Me dije para mis adentro: “¡No hay mal que por bien no venga!” Ahora yo y mis compañeras de girasol daremos un salto al rastrojo cual trapecista sobre el escenario y esperaremos a la llegada de la primavera para germinar y seremos las primeras amapolas de girasol del campo.
José mariano seral
Los últimos serán los primeros
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