El rastrojo endurecido por el abrazo del sol estival que le negó un buche de la cantimplora, tornándose en dehesa de grillos, recibe con alborzo la lluvia de otoño tamizada por la hoja caduca ya amarilla, que ablanda el corazón del campo dejándolo sazonado. La reja acerada envalentonada entra en el rectilíneo surco ya dócil.
El viejo brabán Ajuria desde su pedestal siente añoranza al respirar la fragancia a tierra recién arada, echa de menos las huellas de herraduras y el suave tacto de la huebra.
j. mariano seral
Lluvia de otoño
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