Hace seiscientos años que me afinqué en estos campos del saso de Huesca, llegué con lo puesto a lomos del montaraz jabalí, aferrado a su pelaje desde Cádiz, nada más arribar me acurruque bajo un manto de fértiles tierras, cuando cesaron las intensas heladas de enero y febrero que dejaban la tierra escarchada, con el tibio sol de abril y sus mil lluvias eché raíces y fui creciendo, los primeros años era pequeñito, pero con el paso de los siglos me hice corpulento. Daba y doy buena sombra, en antaño los labradores “apajentaban” a mis pies a sus yuntas de mulas que araban lentamente con la reja acerada. Los niños se acercaban y jugaban al te pillo bajo mi ramaje, yo reía con ellos. Después los mayores también se acercaban y me admiraban por mi gran envergadura, algunos de ellos incluso se traían sus novelas y leían sentados en mi vigoroso tronco, yo intentaba leer a hurtadillas alguna página de sus libros. El año pasado vinieron unos señores uniformados y midieron mi tronco, me hicieron fotos, y calcularon mi altura, el diámetro de mi fronda y ahora soy yo quien sale en los libros, en las revistas y en los periódicos, dicen que estoy catalogado, ya debo ser alguien importante. Me siento además orgulloso porque mis retoños van creciendo, las ardillas han ido diseminando mi estirpe. Algunos reconocen nuestro gran mérito, porque dicen que somos pequeños pilares de madera que contribuimos a sostener la etérea cúpula del medio ambiente oxigenada.
josé mariano seral
Foto: Łukasz Kubiak