La luna de candil con su regadora de hojalata
dejó las aceitunas escarchadas,
al amanecer te reciben con una sonrisa irisada en sus labios.
En el cuenco de mis manos las olivas ya carmesís,
su tacto suave sobre las yemas de mis dedos como abalorios de azabache,
olivos centenarios que cuidaron mis padres, mis abuelos, mis bisabuelos…
se respira la exquisitez de la fragancia a aceite virgen en el olivar,
canturrea el petirrojo mientras degusta el fruto con timidez.
El tronco leñoso con el sigilo de bibliotecaria
abre el libro de su historia
encuadernado por el lomo de cientos de anillos concéntricos.
José mariano seral
La recogida de la oliva
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