La puerta de casa

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Portalada que da luz al zaguán, como ojo que parpadea al alba blanca. Bajo sus dovelas, su holgura rinde pleitesía a Platero, para que se adentre con la carga sobre la albarda.
Jaspeada con remaches, rechina la cerradura que despierta la estancia, como el trino de las golondrinas abren la primavera, que pivota sobre los goznes de los pétalos de las amapolas.
El visitante con templanza repica con el llamador de hierro con silueta de saurio, forjado en la candente fragua, sin hebras de electrones, discípulo de las cuerdas vocales.
Lugar de tertulia a la luz blanca de la luna estival, el cárabo ulula en la noche enigmática, en la fina línea del horizonte converge el alegre croar de la rana, con el cántico soprano de los grillos.
El banco tallado en piedra arenisca, que yace mudo junto a las jambas no es casual, embarcadero sobre el lomo de asno.
josé mariano seral