La mecanización del campo

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La mecanización del campo

“Cuando la tierra no tiene tempero escupe la reja”, narraba mi padre con voz pausada junto a la lumbre que crepitaba en las escarchadas noches invernales, que labró en su juventud con un brabán Ajuria tirado por la fuerza hercúlea de dos mulas pardas al pie de la Sierra.
“Algunos años segábamos hasta bien entrado agosto, dábamos vueltas y vueltas soñolientas en la era sobre el trillo de pedernal, bajo el crujir animoso de la parva, se unían a coro el cántico de las cigarras y de las ranas desde el anfiteatro de la balsa, hasta desgranar las espigas de mies ya doradas”.
Al contemplar este retrato en blanco y negro en el cual me hallo junto a él, admiro más lo que no contaba, lo que veía en su bucólica mirada, sus valores rectos como el surco que trazaban al arar sin más GPS que la puntería con un objeto lejano, una carrasca, o un tozal; a veces me pregunto de dónde los sacaban los de su generación que pertenecían a la misma escuela, sin más universidad que la de: te ganarás el pan de cada día con el sudor de tu frente, sin más bolígrafo que la azada de labios acerados que encallecía las yemas de los dedos. Esa cultura en la que todo se aprovechaba, quizás ahora queramos plagiarla con el sobrenombre de “reciclado”, con un semáforo de colores para que nos guíe como la luz de una luciérnaga en la noche de luna eclipsada.
José mariano seral