La cocinilla de leña

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En un rincón de la cocina permanece en silencio la vieja cocinilla de leña. Ya no crepitan los leños de olivo, de roble…, en sus entrañas, ni borbotean las ollas con acelgas sobre la plancha metálica con su beso de labios de Vesubio. La historia la ha relegado a ser un elemento ornamental, como el viejo pupitre de la escuela del pueblo, hoy tal vez en un improvisado bodegón estacional de membrillos y crisantemos…
Todavía recuerdo haber rajado leña con mi padre, con una “estral”, para que tuviese menor radio y que entrase en la boca del hogar y si el tronco era de gran diámetro nos ayudábamos de un mazo metálico y unas cuñas para resquebrajarlo. Su filo metálico al entrar en la toza bramaba como un trueno seco en plena Sierra. Era fácil escuchar a las personas mayores espetar: “ ¡Con la leña te calientas dos veces, una haciéndola y otra quemándola!”.
Mi padre en los meses de invierno la cortaba, y en el corral la troceaba para posteriormente apilarla en el leñero para que se secase para el año siguiente, siempre alejado de la casa, por si hubiese “quera” y así no se extendiese a los maderos de la vivienda o del aprisco.
José mariano seral