Rogelio, en el mes de mayo al alba blanca, trazaba con presteza surcos rectos con la reja acerada tirada por Platero, como si utilizase una plumilla con escuadra y cartabón. Sus vecinos decían que tenía buena traza. El truco, decía Rogelio, era en sacar la puntería, que no tenía más secreto que tomar la Sierra Guara como punto de referencia, y dibujar líneas paralelas con la vista que convergían en el Tozal de Guara, desafiando a Euclides.
Era el GPS de la antigüedad, han pasado cientos de años, los métodos han evolucionado, pero la esencia sigue siendo la misma, trazar surcos rectilíneos en los cuales germine la semilla.
Cuando Rogelio emprendió el último viaje, el de equipaje ligero, Alejandro, su hijo, que ya se había comprado un Ebro azul, vendió a Platero. Los descendientes de Alejandro estudiaron más allá de los postulados de Euclides y dibujaron la geometría euclidiana sobre el encerado cetrino de la universidad. Hoy en los campos de Rogelio, las aliagas, los chopos, el tomillo, borran los trazados de las rectas paralelas, bajo la mirada lánguida de la Sierra.
José mariano seral
Gura, donde convergen las rectas paralelas
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