Imagen de: Cameron Burns
Mara y Chavi se conocieron en el Melindres en Noche Vieja, mientras bailaban “Despacito” brindando con una dulzona copa de “cocoloco”. Chavi le echó el ojo desde el primer instante que la vio subida con sus amigas en el banco de la pista de baile, con sus ajustados pantalones de cuero negro que realzaban su estilizada silueta, como la de un maniquí tras el cristal de un escaparte de Mango. Haberla visto en los pasillos de su instituto le sirvió de excusa para acercarse, el ingenio era su tarjeta de presentación, Chavi y sus amigos se quitaron los jerséis de lana cashmere y les dieron la vuelta dejando la rusticidad de las punzadas de las costuras hacia fuera. Sin saberlo se habían adelantado a la moda, a las dos semanas desfilaban las modelos en la pasarle Milán Fasihon Week con el mismo diseño, que tanta gracia le había hecho a Mara.
Nadie apostaba por su noviazgo, Mara se pasaba las tardes en el laboratorio de física y química o en la biblioteca; mientras Chavi esperaba a que saliese para acompañarla y llevarle los libros, le escribía poemas y filosofaba. Tantas veces le dijo que al anochecer le cogería la Luna de candil y que le regalaría la luz de Casiopea, que Mara con sorna levantaba sus pupilas sobre el anfiteatro de sus gafas y le preguntaba que si acaso iba a ser astronauta.
j. mariano seral
Imagen de: Cameron Burns