Una espiga de trigo quiso ser girasol, sus compañeras de campo que eran un tanto sarcásticas se mofaban de ella, le insistían que eso no estaba en sus manos, alguna con voz queda apostillaba: “ni en sus raíces”, que era cosa de la genética. Tal fue su desesperación que con la brisa del amanecer de julio derramó lágrimas de trigo, que germinaron en el ribazo con las lluvias de septiembre. Para su sorpresa cuando asomó sus hojitas verdes clorofila como si fuesen un periscopio, contempló gozosa una mar de girasoles que dibujaban una sonriente ola de pétalos amarillos, que canturreaban a coro mirando al sol, con el rítmico ir y venir de los aspersores, como si fuesen los brazos del hombre de hojalata con una regadera de zinc.
j. mariano seral
Entre girasoles
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