¡A comer! ¡A comer!… Gritaba Adelaida, la sirvienta, con su voz de hebras de cáñamo, mientras golpeaba rítmicamente el reverso de un plato de hojalata con un tenedor, su voz y el eco metálico que adquirían un matiz festivo, reverberaban entre los olivos centenarios. Los jornaleros con movimientos tardos bajaban de sus escaleras de madera de chopo de las copas de las oliveras, humilladas por el peso de las aceitunas carmesí, verdemar…
Mientras, Adelaida retiraba los pucheros de las candentes brasas de la lumbre, que a lo largo de la mañana habían ido consumiendo las ramitas de la poda del año anterior y fundiendo la tierra escarchada como un beso de los labios del Vesubio.
Los jornaleros antes de recoger sus platos con el rancho recalentado, extendían las palmas de sus manos y las aproximaban a las llamas que crepitaban alborozadas, en busca de las cálidas manoplas.
Adelaida, hoy se balancea en su mecedora tras la cristalera de la solanera, desde la cual contempla los olivos y las historias de su juventud, cuando se desvanecen las nieblas del olvido y dejan brillar los instantes de lucidez.
J. mariano seral
Imagen del artista Glen Martin Taylor
Entre brumas
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