Ichiro bajaba todos los domingos al amanecer a la playa acrisolada. Caminaba descalzo por la arena ambarina, de vez en cuando se giraba para contemplar las efímeras huellas que deja el caminante al hacerse camino al arrullo quedo de la mar y almizcle a salitre. Trepaba con presteza por su atalaya de bambú como si fuese la cofa del Golden Hind, desde donde echaba el anzuelo para pescar doradas. Mientras contemplaba las olas latescentes desvanecerse en la orilla como las palabras en vaho en los labios escarchados. Pero ese primer domingo de junio, pescó un mensaje en una botella de cristal. A través del vidrio cetrino, apenas podía leer las frases manuscritas en una hoja de papel, que parecía un pergamino atado con un lazo de cáñamo. Prefirió no abrirla y soñar que la carta se la enviaba su amada, que emprendió el viaje de equipaje ligero el año anterior sin poder despedirse.
José mariano seral
Imagen de: Steve McCurry
El último mensaje – Mi aportación para “EL VIERNES CREATIVO”
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