Balan las ovejas como un coro de sopranos en una ópera de Verdi al ver aproximarse a Daniel, su pastor, a través de la cancela acerada del redil. Ya estaban en preaviso, conocen el sonido ronco del motor de su Citroën C4, que llega con sobrealiento al ascender por el último repecho.
Entre silbidos y sonidos guturales les abre el portón del corral, las ovejas con mirada lánguida esperan a que se coloque en cabeza y le siguen por la vereda. Coco y Thor, los perros pastores, se sitúan a la zaga y vigilan que ninguna de las reses de algún bocado a los sabrosos sembrados, que comienzan a nacer con su phasmina de clorofila.
Las ovejas no entienden de Navidad, ni de domingos, hay que soltar todos los días, apostilla Daniel, el pastor, antes de despedirse. Levanta sus pupilas y contempla con una sonrisa en sus labios la Sierra endulzada por azucarillos de nieve.
José mariano seral
El pastoreo
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