En un viejo baúl de cedro arrinconado en el desván por el silencio y la fragancia a camomila y membrillo, no solo permanecía mi primera cartera escolar, de cuero rojo, cuarteado por las ruedas dentadas del tictac de las décadas, en él también permanecía el recuerdo del encerado cetrino descascarillado en una esquina por el salitre, del colegio de mi pueblo. Fue el primer y último año que asistí, al siguiente lo cerraron por falta de alumnos. Por entonces no escuché a ningún vecino hablar de “La España vaciada”, se estilaba más bien “Otra puerta cerrada”.
Con la mecanización del campo y cambio de cultivos, ya no era menester tanta mano de obra y poco a poco las huellas de abarcas de los pequeños labradores, de los jornaleros,… se fueron borrando de las pistas polvorientas, esas huellas melancólicas de herradura en los caminos de herradura, fueron sustituidas por las de los neumáticos de los tractores.
Las semillas de trigo siguieron germinando en el surco para dar el pan de cada día, las pétalos de amapola continuaron escribiendo versos de rima escarlata en la vitela ribazo…
josé mariano seral