Dedos de tomillo

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La minglanera se sonrojaba con su corona de reina,
en su corazón dibujaba con escuadra y cartabón su dulce enjambre
que seducirá a los paladares más sibaritas.
Junto a ella el viejo membrillero abría su damajuana
e impregnaba el huerto con su almizcle a confitura
cuando rozaba con las yemas de tomillo de mis dedos su fruto.
La parra trepaba sin pudor por la pared de mampostería,
la conquistaba como la flor de almendro a la abeja que melifica y poliniza,
se aferraba a los tocones de los embates del galeón del cierzo,
los sarmientos se convertían en funambulistas sobre la sirga de alambre,
de ellos pendían los racimos de diáfanas barricas esféricas de mosto.
josé mariano seral