Cuando mi padre dejó de cultivar el huerto por los achaques de la vejez, tras la puerta de roble, junto a la cariñosa enredadera que todo lo estruja, quedaron en desuso los arcos metálicos que usaba para cimbrear los pequeños invernaderos, para proteger las hortalizas del abrazo escarchado.
Ayer los despojé de una fina patina de óxido que los envolvía en el olvido, para crear una burbuja de calidez, animosa, para el crecimiento de las verduras. Mientras los hendía en la tierra, me di cuenta que para escribir también era necesario ese invernadero afable, en el cual mecer las ideas para que crezcan sobre el papel y el relente no las marchite.
José mariano seral
Crecer bajo la escarcha
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