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– El éxito es de los optimistas – era el segundo buenos días de Aure, con el que te recibía con su voz de hombre de hojalata.
Lo conocí en el primer curso de lo que por entonces se denominaba Bachillerato, el orden de la lista alfabética nos hizo compartir pupitre. Con él conocí lo que era la lluvia de bolas de papel, pasear por el aula en bicicleta sin levantarte de la silla, las improvisadas clases de mimo…, cuando el profesor se afanaba en escribir en el encerado y cerraba el tercer ojo, el de la intuición, que se situaba en la coronilla, en el mismo lugar hasta el cual decía que le teníamos.
Aure, se decantó por los estudios de la rama de las artes, yo por el de las ciencias puras, éramos aguas que se separaban tomando vertiente opuestas en la ladera de la montaña, discurriendo por diferentes ríos.
Hoy treinta años después, hemos vuelto a coincidir sobre el escenario del Teatro de La Scala, el como actor principal y yo como técnico de sonido e iluminación. Siempre le dije que las letras y las ciencias confluyen como las aguas de los ríos en la mar.
j. mariano seral
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