Ernesto haciendo bocina con sus frágiles manos de aprendiz de pianista melancólico, gritó: -¡Amir!, ¡Amir! – este se detuvo bajo el paseo cimbreado por la exuberancia de la florida primavera y el trinar de las oscuras golondrinas. Se aproximaron con premura y se dieron un emotivo abrazo, hacía meses que no se veían. Amir retornaba de un dilatado viaje por las islas Galápagos.
-Llevas una maleta de chica –dijo Ernesto con sonrisa socarrona, mientras le miraba a sus ojos verdemar.
-¡Ah!, no sabía que había maletas de chicas y de chicos.
-Bueno es cierto, tienes razón, cada uno compra lo que es acorde a su estilo.
-Es una maleta trampantojos.
-No te entiendo Amir, ¿qué quieres decir?
-Sube a mi casa y lo comprenderás.
Subieron a su vivienda y Amir arrojó la maleta sobre su cama y la abrió. El azote de una brisa marina brotó de su interior, que hizo balancearse las cortinas de seda como flamígeras banderas izadas entre las almenas en el torreón; en su interior se veía la mansedumbre de las mortecinas olas que rompían en la orilla borrando pacientemente las huellas sobre la blanca arena de la playa.
Ernesto quedó prendado, a la semana siguiente llamó por teléfono a Amir, para preguntarle donde había comprado su maleta trampantojos. Amir le contestó:
-¡Ernesto!, no has entendido nada, pásate mañana por mi casa a las ocho de la tarde.
Al día siguiente, Ernesto con rigurosa puntualidad acudió a la cita. Amir entornó las opacas contraventanas de su habitación sumiéndola en una opresiva oscuridad y abrió la maleta, de su interior surgió una fulgente luz diamantina que iluminó la estancia, mientras la luna de candil se reverberaba en las aletargadas aguas de la laguna en una placida noche de otoño. Amir cerró la maleta con brusquedad sumiendo de nuevo la habitación en el azabache nocturno y le dijo a Ernesto: -Ahora ábrela tú.
Ernesto siguió las instrucciones de su fiel amigo de infancia, y al entreabrir la maleta en su interior surgió una cristalina lágrima en levitación.
-¿Lo entiendes ahora? En el interior de la maleta viaja la vestimenta de tu alma y de tu corazón.
- mariano seral