Hoy estoy alegre, eufórico, ¡por fin!, he abandonado el anfiteatro de la estantería de la Papelería Central. Con lo puesto, la capucha y la punta ensalivada con tinta añil. Llevaba allí dos años anclado desde que me compraron a la fábrica Bic, como si fuese el faro de Trafalgar que mira a la mar, pero que nunca zarpa a navegar.
Hace un mes, con el inicio del curso escolar, estuve a punto de ser vendido, pero la mamá del niño frustró mis ilusiones cuando ya estaba entre las yemas de los dedos del niño, con voz inquisitiva le dijo: – ¿Luisito para que quieres un bolígrafo? ¿Para escribir en la tablet?
-¡Oh!, ¡oh! Algo no va bien. Mi dueño se empeña en escribir en miniatura, como si fuesen las clausulas de una tarjeta de crédito. Yo, que mi mayor anhelo era que mi tinta se explayase como la letra de un monje escribano sobre vitela.
Ahora pliega el folio en seis dobles, lo recorta y lo ha encuaderna con una grapa central. ¡Me temo que mi tinta forma parte de una chuleta!
José mariano seral
Bolígrafo sin papel
Comentarios desactivados en Bolígrafo sin papel