Bocados sabrosos

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Cuando el sol declinaba bajo el fular de nubes acrisoladas y la luna risueña se atusaba en el espejo de la alberca tras la cortinilla de la espadaña, se escuchaba el alegre tintineo campanil de las esquilas del rebaño, que retornaba al redil por las angostas callejuelas, como si cada una de las notas procediese de una estrellita engarzada bajo el cielo de Casiopea. Se respiraba el aroma a aliaga amarilla, a tomillo… Cada oveja recordaba cuál era su aprisco, durante el día se hermanaban en un único rebaño que conducía el pastor del pueblo.
No era ni es fácil dicha labor, cuando percibían que no era su pastor, que los silbidos no tenían el mismo timbre, ni la voz el tono habitual, no dudaban en ponerlo a prueba para tantear sus dotes de conducción. Las ovejas entre balidos, con cierta ironía, le preguntaban si podían entrar en el frondoso trigal del vecino, ante la falta de respuesta convincente, no dudaban en darle sabrosos bocados. A su pastor, al que conocen, como al buen profesor sus alumnos, le tienen respeto y le siguen por la cañada sin chanzas.
j. mariano seral